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Ella, la de sus recuerdos *

ella cruzó el umbral de la puerta automática del Superama y Él notó al instante que había cambiado mucho. La alcanzó en la zona de las carnes frías, la tomó del brazo y cuando volteó le dijo hola. ella no dudó ni un momento, lo reconoció al instante y muy sonriente dijo - -. Manchas de paño habían oscurecido el rostro que difería del que Él había guardado en su memoria por casi veinticinco años desde que Ella lo había mandado a volar en la cafetería de ese mismo súper. Estoy tomando un café en la entrada, dijo Él, si terminas pronto y tienes tiempo me gustaría invitarte uno para ponernos al día. ella hizo un gesto conocido para Él y le dijo - -. Ok, ok, dijo Él, ya sabes que eso de invitarte un café es un decir, no es literal, si no tomas café es lo de menos, te invito un té, un agua, o lo que sea.

Volvió a su asiento, retrasó los últimos sorbos de su americano y quitó lo menos posible la vista de las cajas registradoras esperando verla volver. Después de un tiempo ella apareció en la caja tres y Él, desde su lugar, pudo constatar que ese trasero ya no era el de Ella. Ni esa cintura. Ni esa espalda. Ni esos senos. Su figura entera difería de la que Él había materializado en sus recuerdos por años, sobre todo cuando se sentaba en el piso resbaloso y mojado del baño de su casa mientras el agua que salía de la regadera se perlaba con los rayos del sol que se colaban por la ventanilla abierta. Eso lo había hecho varias veces por semana durante los últimos cinco lustros: después de lavarse el cabello y enjabonarse el cuerpo, se acuclillaba para masturbarse recordando las ocasiones que en la juventud le besaba los muslos firmes, le chupaba los senos duros, le mordisqueaba los pezones, los encuentros vouyeristas en el carro, las escapadas al cuarto de servicio donde le hacía el amor sin desvestirla.

Ella terminó de pagar y cargando las bolsas de las compras se acercó pesadamente a la mesa del café. Desde la caja registradora hasta que llegó a la mesa, mantuvo una sonrisa sincera y una mirada acuosa.

Cuando te vi entrar al súper, le dijo Él, te vi exactamente igual a como hace… ¿cuántos?… ¿veinticinco años?

― - dijo ella.

― Pues yo te veo igual, no has cambiado nada. Estás igual o más hermosa.

Continuaron platicando de banalidades entremezcladas de silencios incómodos, durante los cuales Él se esforzaba por encontrarla a Ella en ese rostro, en el que era fácil descubrir arrugas extendiéndose a partir de la comisura de los ojos. En un momento dado de la plática le tomó sus manos. ella se las quitó de encima suavemente y se levantó para ir a la barra donde le pidió un café a la dependiente. - - le dijo ella cuando volvió y agregó la explicación que Él sintió innecesaria - -. No tienes por qué disculparte, un proceso de divorcio siempre es complicado y no es mi intención causarte problemas, sólo me dejé llevar.

Esa noche Él estuvo inquieto en su cama pensando en Ella. Se dirigió al baño, abrió la regadera y bajo el chorro tibio cerró los ojos y recordó la vez que le hizo el amor en las escaleras de su casa. Revivió el momento: el suelo frío, un vestido rojo con bolitas blancas de una tela muy delgada, los calzones de Ella se hicieron líquidos en sus manos, Él se desabrochó el pantalón y bajó sus ropas sólo lo necesario, mucha premura, una penetración tras otra; le volvió el dolor en las piernas lastimadas por los bordes de los peldaños; le besó el cuello y cuando le iba a acariciar el rostro la vio debajo de Él con la cara pañosa. Bajó la velocidad a los jaloneos y terminó por inercia.

Días después se volvió a abrir la puerta automática del Superama. Él se levantó de su asiento y fue a su encuentro, no esperó a que se alejara a la zona de las carnes frías, extendió los brazos y antes de que le plantara un beso en la mejilla ella le dijo - -. Él sonrió y le dijo que estaba bien, que la esperaría. Se sentó a hojear una Revista Squire y la esperó. Hoy te ves distinta, le dijo cuando volvió, algo te has hecho. Ella le dijo - -. Pues si tus embarazos te dejaron un poco de paño, créeme que esa crema de la que me hablas es maravillosa, te juro que parece que tuvieras un cutis como de treinta, cuando nos vimos aquí la última vez aún se te notaba el paño, aunque no mucho, claro.

Él le preguntó sobre el proceso de su divorcio y ella - -. Antes de terminar el café le tomó las manos y esta vez ella no las retiró. Después de un rato salieron y se encaminaron al auto. Sentados, Él inclinó el cuerpo y con la punta de los dedos le movió un mechón, le descubrió la oreja y acarició su lóbulo, ella entreabrió los labios y se estremeció, Él le acarició el cuero cabelludo con sus dedos largos y recorrió sus facciones con el pulgar, despacio, suavemente, la tomó del cuello y la acercó hacia Él, la besó sin prisas, como la había besado los últimos veinticinco años en la ducha mientras se masturbaba, la había tenido para sí cuantas veces había querido, de las formas que había deseado, no había furia, no había contención desbordada, era la continuidad de un sueño en el que había estado en caída libre aprendiendo a moverse sin gravedad, sabía que era suya, que había sido suya y que seguiría siendo suya a pesar de que algún movimiento brusco interrumpiera ese beso. Comenzó a acariciarla, primero el rostro, los hombros y luego introdujo la mano por el escote de la blusa y la deslizó por el holgado espacio entre su piel y el sujetador; le sacó el seno flácido y le besó el agrietado pezón. ella lo detuvo y le dijo - -.

Él comprendió que a ella no le pareciera hacer eso en el estacionamiento del Superama. La acompañó a su camioneta y se fue a su casa. En la regadera se acarició reviviendo la ocasión cuando se salieron de una fiesta de la escuela para hacer el amor en el carro. Recordó el olor del Valiant Acapulco del ‘77 en el que esa noche le metió la mano por debajo de su falda y palpó nuevamente la firmeza de sus nalgas y la tersura de su piel, evocó la lucha por desabotonarle la blusa y las risillas de Ella mientras Él le bajaba las bragas; no era necesario que ese paraje desierto estuviera iluminado para que Él visualizara cada centímetro cuadrado de su piel lozana, el agua caliente que se escurría entre sus piernas comenzó a ponerse fría, Él continuó masturbándose a mano cambiada y con la mano diestra reguló la temperatura, se sentó nuevamente en el asiento de tela del Acapulco y le volvió a meter las manos bajo la falda y Ella se subió en Él restregando su vagina juvenil intacta, movimientos rítmicos que lo pusieron al borde de la eyaculación, comenzó a desabotonarle la blusa y Ella ya no protestó, continuaba restregando su cuerpo sobre su pene, uno a uno los botones fueron cediendo paso a la piel y el sujetador quedó al aire libre, el agua se había puesto nuevamente fría, Él estaba a punto de venirse, con dedos inexpertos desenganchó el brasier, y sobre él cayeron liberados un par de senos flácidos, largos, flacos, que se enredaban alrededor de su cuello a cada nuevo movimiento de Ella sobre Él. Su interruptor se accionó. La erección grado cuatro bajó patéticamente a una flacidez grado menos veinte. Cerró la llave del agua que ya estaba violentamente fría.

Otra vez se abrió la puerta automática del Superama y Él la vio acercarse con un donaire que no había notado antes. Se veía más joven. Nuevamente se tomaron un café y Él constató que la crema contra el paño en realidad servía. Se subieron al auto y Él besó su limpio y juvenil rostro. Arrancó y se encaminó hacia un motel y ella no dijo nada. Ya en la habitación le quitó la blusa y dos senos firmes y hermosos de colegiala se irguieron ante sus ojos. Le iba a quitar la falda pero antes preguntó ¿Segura que te vas a divorciar? Ella le dijo - -. Entonces Él le quitó la falta y le bajó el calzón, una mata enorme y mal cuidada resguardaba su sexo, pero aun así se lo chupó sin importarle el olor acre y terroso, le acarició las nalgas celulíticas y le besó cada milímetro lineal de las arácnidas várices de sus piernas. Después abandonó esa ruinosa zona y volvió a los senos firmes y al rostro de seda, a perderse en esa sonrisa sincera y en sus ojos acuosos. Jamás vuelvas con él -le pidió- por favor, divórciate lo más pronto posible, quiero tenerte así hoy, mañana y siempre. ¿Aún me amas, verdad? Dime que nunca has dejado de amarme, dime que serás mi novia y mi esposa, que me visitarás en la oficina vestida sólo con una gabardina negra y en ropa interior, como en las películas, que serás mi puta y yo te juro que seré también tu puto, que todo lo que me des yo te daré. Le besó por veintitrés minutos exactos cada uno de sus senos firmes y le dio mil besos a cada mejilla reluciente, y para demostrarle cuánto la amaba pese a que le produjo arcadas, volvió a besarle el coño maloliente y las piernas frías.

Terminaron y Él le preguntó: ¿Nos vemos mañana? ella le dijo - -. No hay problema, esperaré el tiempo que sea necesario.

Esa espera le resultó espantosa. En el baño de su casa trataba de masturbarse pensando en Ella, pero cada vez que evocaba las incontables escenas de sexo de veinticinco años atrás se le aparecían una cara pañosa, unos senos largos y caídos, una vagina ácida y gigantescos huecos de celulitis en las piernas. Se conformó pensando que en unos días abandonaría por siempre a la del Superama en el baño de su casa y que en su cama la tendría por siempre a Ella, la de sus recuerdos.

Días después, cuando por fin se abrió nuevamente la puerta automática del súper, Ella entró convertida en una Lolita. Se sentó en la barra del café y comenzó a hojear una Revista Vogue. él se levantó del asiento de su mesa y fue a sentarse junto a Ella. él le preguntó - -. Ella volteó a verlo y le escudriñó el rostro buscando a alguien. Perdón, no te vi, dijo Ella. Le quiso dar un beso y Ella lo esquivó, hizo una mueca y después de un silencio incómodo canceló el café que había ordenado.

La misma escena de veinticinco años atrás. Ella lo estaba mandando a volar nuevamente. él exigió - -, pero Ella sólo le dio un beso en la mejilla y por única explicación le dijo: porque no eres el de mis recuerdos. Salió del café, cruzó la puerta automática y se subió a su camioneta; él quiso ir tras Ella pero la puerta automática lo ubicó ingrávido y no se abrió. Se observó por un largo momento en el reflejo del vidrio y vio al tipo que después de veinticinco años aún seguía dejando caer el agua caliente perlada por el Sol sobre su cuerpo. Con una sonrisa seca y los ojos vacíos, volvió a su asiento. Le dio un sorbo a su café pero éste ya estaba frío.

* Relato publicado en la Revista Lepisma en su número 01 del año 01. Revista de la Universidad Veracruzana, bajo la Coordinación de los Posgrados del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.

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